Two comedians (1965), de Edward Hopper.
Un mago te lleva hacia un pasillo en el interior del teatro de carne, el hogar de lo estimado. La hora correcta. Tras días de oscuridad, el maestro corre la cortina, te empuja y desaparece.
En claroscuro, el ojo límite encuentra el resumen de toda una vida que busca el corredor de un aplauso, la aerodinámica de las formas en el encuentro con lo posible que ya ha corrido por nuestra cuenta, parece decir.
Escapar de la multiplicidad del allá afuera, siempre tan presente. Hoy está aquí el vástago crecido del ser. El público también está, es evidente, lo vemos en los ojos azules que son su cuerpo, mostrado hacia, encarado para. Vector de un mol de partículas de la entera humanidad. El decorado, la evolución de las especies. La materia, la luz y el tejido social. El azul, fondo de absorción, maelstrom de la profundidad de lo siniestro.
Más allá. Fuera, frente a. Suficiente.
La ausencia se prepara, como consecuencia, no como emisaria. Residuo y no contenido. Resma, que traza lo siguiente, que ha de venir. Parar las luces, algo que queda y algo que se va.
La ausencia está en el eco que se respira si nada se mueve. La presencia está en el eco, también. Una vida entera para reconocer que todo forma parte del mismo caos.
Hopper dice,
tragad la luz, comediados
que la única imagen para llevar
la presencia y su némesis
científicos o duendes aquí mi regalo
gracias a todos gracias a todos nos vamos gracias a todos
por su mirada
gracias por su atención
Textura: Edward Hopper
Música: The White Birch