Dos reseñas necesarias sobre lo interior, lo exterior y el deseo: Aceldama, de Francisco Jota-Pérez (Origami, 2014) y Alambres, de Lola Nieto (Kriller71, 2014)

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1. Aceldama: el discurso del cemento.

Aceldama es la nueva novela pergeñada por el destructor constructivo Francisco Jota-Pérez, una suerte de muestrario de la ciudad atravesada por aquello que la forma: lo natural urbano; esto es, terrorífico vacío, la compresión yoica a través del trabajo y la ablución vectorial por el amor.

¿Qué ocurre en Aceldama? Un sucederá bastante verosímil. Imaginemos una ciudad -Barcelona, por ejemplo-. Escuchemos de otra manera lo que nos dicen sus barrios, sus casas, los entramados de la urbe que se ve y los fantasmas de la ciudad que permanecen en una dimensión donde el tiempo es la calidad que los contiene, no la que los atraviesa. Todos recibimos el influjo de la ciudad y la influimos en su devenir, pero no solemos tener claro cuánto de lo que sucede en cada instante puede estar provocado por y sobre nosotros. Aquí, en Aceldama, los personajes pueblan y sufren, se encuentran en infusión continua, vadeando entre el sistema, la carne y la máquina. Boqueando frente a la producción mientras buscan un lugar en el discurso y ansían algo que no conocen. Es decir, nos suena familiar. Ya nos está sucediendo. Lo vivimos en nuestras carnes en eterno retorno y aún no nos hemos enterado.

Quizá lo que sucede en Aceldama es que ahora la polaridad de la ciudad presente y la ciudad oculta es aún mayor, que el futuro nos trae un endurecimiento de la brecha en la que hay que posicionarse, a no ser que se encuentre uno cómodo en el precipicio (que, como veremos en la novela, también sucede en algunos personajes). Pero, como todo hachazo en el continuo de los pareceres, se permite -se obliga- el movimiento en uno u otro sentido: el suelo que se quiebra a los pies y desaparece es puro acero coercitivo que fuerza a elegir cuál es la posición de cada uno.

Y como resultado a tanta presión en medio de tanto flujo, en Aceldama hay magia, porque hay un estremecimiento de lo oculto cuando es visitado y el oculto siempre devuelve un poder, un +10 de posibilidades en el acto de su interacción. Por tanto, hay una propuesta de intervención para el lector, una sugerencia -relativamente- sangrienta hacia el conocimiento de nuestro inmediato y la apuesta por una trascender que más allá del gadget, más allá de la música vacía del karaoke. Dicho de otra manera, el órdago pasa por incorporar activamente una intencionalidad en la acción y en el discurso, un armamento ficcional que termine modificando las conexiones cerebrales y perceptivas. Un hacerse cargo del fantasma de la máquina cuando el fantasma somos, por fin, nosotros, nosotras, nuestros cuerpos fuera del paradigma.

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2. Alambres: la espina en la caja sagrada de la garganta.

Alambres es un nuevo y fabuloso poemario de Lola Nieto, un cajón de hueso con acabados en acero, herrumbre y, sobre todo, una pátina de familiaridad que podría emanar del lugar común -pero inédito- de esa membrana fina de carne que es el recuerdo.

En «Alambres» se apaga la luz y usted se ve en la obligación de introducir la mano a ciegas en una caja que contiene pequeños trozos de vida pasada, retazos de un intestino vital que, por supuesto, en su calidad metálica, son susceptibles de producir, sugerir y señalar agujeros en la epidermis del poema, que es la piel, que es el tacto. Hay, por tanto, una apertura a esa puerta del sótano, de la buhardilla, el ojo de la cerradura. El acto de compulsión hacia el recuerdo y la reconstructiva suerte de la pronunciación a través de la palabra. Un desfiladero.

De manera que pincha, agrede y reconforta. Nos encontramos pues frente a retazos de una introspección que nos ayuda a situarnos en la consciencia de la autora que se ha convertido en personaje, acompañados de unas palabras que, a mayor cercanía, tanto más nos extrañan. El uso de los diminutivos pasa por ser una invitación de Perséfone a morar en lo desconocido/conocido inevitable a la persona lectora: hombres que se pueden ver traspasados por la inmediatez del cuerpo en cada palabra y mujeres que se pueden sentir rozadas sutilmente en la apreciación del cuerpo como una voz.

«Alambres» es un mordisco breve e intenso del tiempo.

 

3. Lo interior, lo exterior y el deseo.

Al fin y al cabo, los cuerpos, como las ciudades, no son sino formaciones presentes en carne y hueso con un viento de fantasmas que circulan entre sus oquedades. Corredores fantasmas no gregarios como los de Aceldama, agujeros que obturan el vacío como los que procura Alambres.

Más información de Aceldama en la página web de la Editorial Origami y la página de su autor, Francisco Jota-Pérez

Más información de Alambres en la página web de Ediciones Kriller71

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