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Una generación de fantasmas se caracteriza por haber alcanzado la posibilidad de situarse entre varios planos, con una duda posicional que les concede irrelevancia. Si el cuerpo ya no ocupa más que un lugar virtual, no es intercambiable por rotundamente nada de la realidad física. De esta manera, la capacidad de movimiento se reduce a la de un corazón negro en una pequeña caja oculta bajo los cimientos de una ciudad sumergida: un estertor inaudible.
Sin embargo, el fantasma siempre puede encontrarse con su propio gesto. En una cámara de vacío. En una sábana caliente. En el suspiro de un suicida. Delante de la rabia, quizá.
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