En el verano de 2015 terminó, con tres temporadas, una interesante serie británica que alguien podría calificar de adolescente, pero que, como todas las narraciones bien construidas, encierra mucho más que una simple sobredosis de azúcar, pósters ideales o violencia sin control. En un paradigma visual en el que se pueden encontrar crueles y panópticas bazofias como “Hermano mayor”, producciones como la de My Mad Fat Diary son muy de agradecer.
Porque, en realidad, My Mad Fat Diary (en adelante, MMFD) es todo lo contrario a un producto edulcorado. Es representación formal y ficcional (ojo, nunca diremos que no está basada en estereotipos, no es en absoluto la pretensión de este artículo ni la de la serie) de un conflicto que son todos los conflictos en una cultura occidental para un adolescente, pero también, como veremos, para cualquier adulto. Ah, y aparece el tema de la enfermedad mental, pero sorprendentemente no aparece como alguien que quiere matar a sus amigos con un cuchillo ni realiza actos satánicos. Tampoco es el tema del doble maquiavélico. No es, ni mucho menos la historia de una redención ni la de una reconstrucción vital después de un episodio delirante. No veremos ese tipo de discriminación, negativa o positiva.
Es, afortunadamente, la historia normal y corriente de una adolescente buscando un lugar en el mundo y, como todos sabemos aunque queramos olvidar, eso duele.
1.Retrato de la adolescencia
En MMFD asistimos al retrato/recuerdo de una adolescencia, la de un grupo de chicas y chicos y la de una sociedad a finales de un siglo. Es un pequeño ejercicio arqueológico sobre esos días que no queremos volver a ver, que duran para siempre, que se anclan en una remisión molesta que acaba proyectándose en la discriminación clásica de “etapa pasada”. Rae cae mal en muchos momentos, es indecisa, cruel, egoísta, perezosa, obtusa y ridícula. Porque es humana, joven y está viva. Como nosotros, como lo fuimos, lo somos y lo seremos, pero para eso están ahí los adolescentes: nos recuerdan cuál es la titánica tarea insostenible de la búsqueda de una identidad y voz propias que se lleva a cabo -como se puede- en esos largos años, en una sociedad que atraviesa nuestros cuerpos y que no deja de pedir y acusar.
2. Enfermedad mental
La enfermedad mental está presente en MMFD como algo más que un problema. De hecho, casi podríamos decir que es una anécdota en el cómputo general de la serie. Es decir, que nadie os venda que se trata de una serie sobre salud mental. Porque eso no es cierto, en absoluto. Si en ocasiones, la sintomatología (esto es, la respuesta más fuera de control y eminentemente lesiva sobre sí misma de Rae a algunos problemas) es un problema será más por las consecuencias que le trae cada una de estas acciones (discriminación, culpa, estatismo, retroceso) a la protagonista, que no porque sean el vórtice alrededor del que orbita la narración. De hecho, en ocasiones, se evidencia que el síntoma, su pasaje al acto, sirvió para algo. Y esto es porque, de alguna manera, era la única opción que Rae pudo desplegar en ciertos momentos.
Así que lo interesante es que, aquí, una conducta lesiva, un síntoma, no es el problema principal, no justifica las acciones del personaje y, sobre todo, no convierte a Rae en un extraño ser de las profundidades que debería ser controlado a toda costa. No es un monstruo incomprensible, no es una condena a largo plazo. Ni tampoco es un ser celestial digno de atención y cuidados. Es un ser humano que se esfuerza en ser valorado en la medida de sus posiblidades, y eso tiene éxito en ocasiones y en otras no.
En MMFD se evidencia que la enfermedad mental no es un estado sino una circunstancia que acontece; o, para hablar con propiedad, la puesta en acto personal, subjetiva e intransferible de una sintomatología lesiva en Rae, no es sino una estrategia más de resolución de conflictos, que no puede ser leída bajo ningún concepto como alejada de su condición actual, de su cotidianeidad y de sus enlaces con el resto de humanos que forman su grupo de referencia. Una consecuencia de la interrelación de su deseo, sus esperanzas, sus fracasos y su entorno, tan lleno de humanos, miradas, palabras y cosas.
Nada de neurotransmisores.
Nada de genética.
Incluso nada de ciencias psi, ya que a lo largo de la historia veremos que la figura de Kestler, el psicólogo, necesita en más ocasiones a Rae que la propia Rae a Kestler. Así que se puede observar la función temporal, ocasional y -en ocasiones más o menos- acertada de la figura del terapeuta. Pero sobre todo, observamos que ni es crucial ni debe ser permanente. Porque la acción en la vida de Rae siempre debería estar en otro lugar. El que pueda ocupar de manera autónoma. El suyo. Ese tan difícil de encontrar. Ese que va a costar construir, sí o sí. Y no hay manera de hacerlo más fácil. Pero se puede hacer menos doloroso.
3. Discriminación
MMFD es un muestrario de discriminaciones interminable, de la misma manera que lo es cualquier instituto, colegio o ciudad. Y, a pesar de que en ocasiones se acerque al cliché, se ven retratados múltiples arquetipos sociales y sus exclusiones.
Por ser gorda, por ser joven, por tener un diagnóstico. Por mujer. Por demasiado alta. Por demasiado pelirroja. Por hija única. Por ser vieja, por no tener estudios. Por no ser suficientemente hombre. Autodiscriminación, discriminación de los otros, retrodiscriminación, discriminación diferida, discriminación por raza, por aspecto, por comportamiento. Por opción sexual, por edad. Por tus elecciones. Por ser demasiado guapo. Por la ruptura con la norma establecida. Por el lugar, el espacio y el tiempo que ocupas. Por ser otro. Por existir. Discriminación transversal que atraviesa la narración de MMFD y que toma decenas de formas, como la vida misma, que se asume como se asume lo que se puede: echando balones fuera, minando balones dentro, o dejando de existir. O atravesando una cota de dolor suficiente para subir a esa torre y gritar que esto que veo (siento y dolor) es todo mío. Al menos estar seguro de esto en medio del destierro cotidiano.
4. El cuerpo
La puesta en juego del cuerpo es crucial a lo largo de toda nuestra vida, pero sin duda es en la adolescencia (y en su reverso, la jubilación) cuando el cuerpo toma el protagonismo absoluto en cuanto a la presencia y denominación del sujeto que lo habita. En MMFD, el cuerpo se presenta como un campo de batalla, una baliza que atraviesa y es atravesada por el deseo y que se erige en superficie de descarga: dolor, placer, movimiento, desactivación.
Un cuerpo que estalla y un cuerpo que se silencia.
De nuevo, la adolescencia como metáfora de una vida entera.
5. Evolución y repetición
Asistiremos a las distintas etapas y los dramas más o menos domésticos de Rae y sus amigos, así como a sus resoluciones, pero sobre todo, mucho más importante, asistiremos a sus imposibilidades, a sus repeticiones.
Porque la vida es eso, es entender un problema y volver a caer; es no querer dañar a tus seres queridos y hacerlo una y otra vez, porque al fin y al cabo ellos son tus acompañantes y espectadores, recogen y generan lo recogido. No se puede ser sin el otro, y el otro no puede esperar que no nos equivoquemos, porque al otro también le pasa. Al final, tras la marea, queda el poso de lo erosionado: lo que se puede transportar a otro lugar, aunque la dinámica pueda volver a ser la misma.
Estamos gobernados por la repetición, pero a veces se escapa una esquirla de sentido y lo que ordena la secuencia se manifiesta, saltando del agua turbia. Es el momento de la pesca, que a veces da sus resultados; o simplemente, un respiro.
6. Apoyo social
La salvación de Rae está en su grupo de amigos. Esa es la gran palanca. No es la terapia que lleva a cabo con su psicólogo, no es la medicación, no es el paso del tiempo ni la rectificación cognitiva. No es ninguna falacia psi, ni bio ni homeo ni conciencia de enfermedad, ni tratamiento prolongado, ni toma de conciencia ni nada de nada. Es un lugar en un grupo de iguales completamente diferente. El resumen de una vida, adolescente o no: encontrar un lugar. Y ese lugar, viviendo en el entorno en el que Rae vive, urbano, contemporáneo, occidental, está en ese grupo de amigos, donde lo normal no es la norma, por fortuna para ellos.
Ese es uno de los grandes aciertos de MMFD, presentar la búsqueda de Rae como la única búsqueda posible, aunque nos empeñemos en vestirla de autoayuda y tratamientos involuntarios, aunque nos empeñemos en disculpar y disimular barriendo bajo las mesas con las escobas de las instituciones; el camino inevitable es el que pasa por encontrar un sitio en el mundo, ser-con-otros.
7. Banda sonora
Una banda sonora excepcional para aquellas personas que disfrutaron de la década de los noventa, del rock y el pop comercial. Una llamada a la nostalgia para los que pasamos por allí.
8. El entretenimiento y diversión de un buen folletín.
Un folletín, una concesión a la emoción más primaria despertada por una narración: la de la ternura en la descripción de los actos, la de los movimientos naturales de un ser humano en un barrio en una casa, en una habitación en busca del sentido inmediato aprehensible de la vida.
9. La claridad
Una estructura ágil, en consonancia con los temas que trata en ocasiones y en contraste con otros, de manera que la propia estructura narrativa y sus elementos en el montaje permiten poder “descargar” de dramatismo los temas más escabrosos. Tal y como es en la mente adolescente: drama mortal, indiferencia, exaltación corporal y alegría infinitas por momentos. La apariencia de lo no importante en su camino hacia convertirse en el cemento de una vida, de cualquier vida. Un espejo amable donde pararse a reflexionar.
10. Muy recomendable
Así, Rae y sus amigos despiertan en el espectador empatía, antipatía y simpatía a partes iguales. Excluimos, incluimos y acompañamos sus decisiones como un participante más en su carrera. Juzgamos y somos juzgados. Pero, gracias a la manera en que se cuenta esta historia, no se nos obliga a caer en la compasión ni en la indiferencia.